Levamos anclas y zarpamos de buena mañana. Un puñado de intrépidos marineros
y una bolsa grande de Cheetos por bandera.
Ante nosotros la inmensidad, y al fondo a la derecha la tormenta perfecta.
Encaramado a lo mas alto del palo mayor, el Dr. Gomez le saca algunos
defectillos, pero es que él es muy tiquismiquis. Yo me fio mas de la primera
impresión, y esta me dice que hoy acabaremos calados hasta los mismísimos
huesos.
Poco después de dejar el puerto, nuestra goleta, la Space J'Oddity, se
empieza a contonear como una streaper de arrabal. La mitad de la
tripulación se tambalea y vomita de tal forma que parecen una banda de
borrachos, mientras que la otra mitad, los que efectivamente lo son, permanecen
firmes en sus puestos como si tuviesen un mástil metido por sus mugrientos
culos. A la cabeza de estos últimos, Javier el timonel.
Javier es un borracho como su padre, el padre de su padre y el primo hermano
de un cuñado de su padre que tenía una mercería. Los que le conocen bien dicen
que una meada suya es solo una destilación mas del whiskey que se acaba de
beber. Aún así, controla a sus hombres y tiene el destino de todos nosotros en
sus manos. Yo confío en él, y Gomez le debe 50€.
Con nuestras almas encomendadas al Kraken, dirigimos la proa hacia el ojo de
la tormenta rezando por que no tenga orzuelos y por que haya un mañana. Para mi desgracia, no solo hay un
mañana, sino que mañana tengo que devolver dos cintas al videoclub y dudo mucho
que llegue a tiempo para hacerlo.
Le comento a Javier mi problematica gesticulando tanto como puedo, pero
este, obsesionado por vencer a la tormenta y ebrio como un lémur, vira a
estribor y toma la tercera salida a la derecha.
Pero no hay salida. Nadie se ha acordado de actualizar los mapas del GPS y
por este descuido imperdonable serviremos de abono para algún pequeño huerto
burgués en el fondo del mar. O eso pensamos todos cuando en una maniobra
magistral nuestro timonel encuentra sitio para aparcar en el puerto mas
cercano. Casualmente, el mismo puerto en el que se encuentra el bar más cercano.
Portomarín es justo lo que nos merecemos, así que nadie se queja. Solo unos
pocos sollozan amargamente cuando Javier les retuerce los pezones con unas
pinzas de depilar. Pero seguro que algo habrían hecho.
Ponemos pie a tierra y nos preparamos para el asedio.