Un último madrugón para terminar nuestro periplo. Aunque cabe
destacar que, de todos los madrugones, este lo ha sido el menos.
Un alboroto tremendo se apodera del albergue en el mismísimo
momento en el que me quito la última de mis legañas y la deposito sobre el
alféizar de la ventana para que se seque al sol de la mañana.
No me he dado cuenta hasta hoy, pero sumando la gente que se
ha ido uniendo a nosotros en el camino, mas aquellos
que tras mucho caminar se habían encontrado a sí mismos y por ello valían por dos, en el edificio habría fácilmente trescientas o cuatrocientas mil
personas siendo conservador. Así, difícilmente se puede celebrar un partido de polo en los cuartos
de baño.
Decido no prolongar en demasía mis preparativos y me
escabullo como una sabandija entre la marabunta de caminantes. Dejo atrás todo
lo prescindible pero, accidentalmente me olvido también del Dr. Gómez.
Le espero en la primera tienda de empanadas que encuentro en
el pueblo a sabiendas de que no le pasará inadvertida.
Instantes después, en
un mundo paralelo….
El sitio al que llaman Monte Do Gozo, no es tal. Por ello, acoge
año tras año la primera convención quinquenal monográfica sobre bolas gluónicas
y otros temas no relacionados.
El Dr. Gómez se presenta a los asistentes antes de proceder con su
ponencia. Esta versará sobre la inexplicable confusión que produce una
toponimia totalmente en desacuerdo con la percepción de los sentidos.
Su charla me apasiona tanto que decido marcharme y ser así consecuente
con la incoherencia de todo lo que nos rodea. Creo que Santiago está cerca por
lo que intento alargar mi brazo y tocarlo. Descubro, desdichado de mi, que no
está tan cerca, así que asiendo a Gómez por las trenzas le bajo del estrado y
reanudamos nuestra marcha.
El auditorio prorrumpe en aplausos sin ni siquiera saber lo
que significa esa palabra.
Instantes después, en
un mundo paralelo….
En las puertas de Santiago se nos rinde honores como nunca
antes se ha hecho. Un coro de querubines canta nuestras alabanzas, los
arcángeles blanden sus espadas flamígeras alumbrando el camino que nos lleva a
la gloria jacobea y un señor mayor se toca la gaita.
Somos conscientes de que todo aquello no es real y de que está
muy relacionado con las setas que hemos ido picoteando por el camino. Hacemos
caso omiso del agasajo por lo que nuestras alucinaciones empiezan a sentirse
molestas y a mirarnos como diciendo “pero estos qué se creen!”
Las cosas se ponen feas y Gómez, usando mi monumental cabeza
como ariete se abre paso entre la nada para, tras un pequeño ataque de flato,
atravesar las inexistentes filas enemigas y embocar las calles que llevan al
centro de la ciudad.
Instantes después, en
un mundo paralelo….
Hemos llegado y, por lo tanto, ya estamos aquí. Semejante
silogismo es celebrado con disparos al aire por parte de unos y con la suelta
de palomas blancas por parte de otros. La falta de sincronización hace de aquel
un espectáculo dantesco.
Pero la cosa es que hemos llegado, hemos disfrutado, hemos
bebido, hemos comido, y nadie tiene la más mínima duda de que nos lo hayamos
merecido, por lo que todo acaba ciertamente mejor de lo que empezó.
Gómez ya cabalga sobre su hipocampo y se despide del gentío
agitando vivaracho una empanada de zamburiñas.
Yo no encuentro la estación Disney, por lo que encomiendo mi
cuerpo y mi alma al santo local, Michael O´Leary. Con la suerte que he corrido
durante los últimos días, malo será que esto me traiga consecuencias negativas.
Recordaremos el viaje mientras nuestras neuronas sigan
recibiendo aumentos de sueldo anuales por encima del IPC, aunque sabemos que
esto no durará siempre. Habrá que estar atento pues, y en el momento en el que
fallen los recuerdos volver a andar el camino andado.